Malvenida

Exilio. Diáspora. Éxodo. Dispersión. Mudanza. Cambios. Migración. Extranjero. Movimiento. La decisión o la ausencia de esta escogencia no nos libera del proceso. Existir en la posibilidad de moverte dentro del territorio donde te han dicho que perteneces. Mudarte a “mainland” para buscar la posibilidad de tener esa calidad de vida, restar y sumar colegios privados, cambiar playas por suburbios, despedirte de amistades por colegas sin expresiones. Escoger cambiar tu vida por una que no conoces. Cuando te acaricia la idea de pertenecer a la diáspora decides permanecer a un puente colgado entre dos lugares, en la isla nunca te perdonarán el haber salido, ya tu no entiendes lo que ellos viven, tus familiares y/o amistades te verán desde el privilegio (el tuyo), porque si decidiste brincar el charco es para estar bien. Nadie se va para estar peor. Habitas en un lugar que no reconoces y sientes que te vas deshabitando, esa playa, esa fiesta que habita en ti debe de callar un poco.

El cambio requiere un silencio, pero al boricua este silencio le resulta alborotoso. Nos perturba la idea de resentir la distancia, de sentirla desde los tuétanos y la llenamos de todo, de lo nuestro. Pero esto toma tiempo, al principio te recibe la hostilidad diplomática de los que te rodean, el silencio de los que te vieron partir y la incomprensión interna de tu decisión. La duda infalible de que esto es otra de tus malas decisiones, como aquella vez que dejaste a tu novio en escuela superior por otro y el otro te salió peor, aguzado. No está bien llenarnos los bolsillos de esperanza en el imperio, acá nunca somos bienvenidas. Somos afortunadas y esa fortuna debe estar llena de silencio. Esa mudez inquietante que cargamos en una maleta llena de recursos limitantes. La falta de adaptación del idioma y el cuestionamiento por ello. La falta de fluidez con la cultura yanqui y la duda ante ello. La pregunta que se convierte en dolor de estómago cada vez que no sales airosa de un asunto cotidiano: ¿pero ustedes no son americanos? Los otros. Los extranjeros. Los que también llegaron a esta tierra, pero sin el pasaporte nos observan como esa suerte de ser y pertenecer. Ser colonia, es no poder explicar vivir en un túnel donde quieres callarlo todo mientras agradeces no sabes qué, pero algo tienes que agradecer. Es vivir procesos difíciles y dolorosos. Es caminar en la soledad de tu causa, mientras sonríes porque se supone que esa tierra que habitas es parte de tu origen. Pero no se siente así, ni el mar que te habita se sigue moviendo dentro de ti, ni lo nuevo te invade para abrazar algo que desconoces y que al tiempo rechazas, con beneplácito. Es una relación extraña y familiar esta que nos conduce. Entonces decidimos crear otro país, otra tierra, una colonia en movimiento, hacemos paces con la inconformidad para sentirnos estables, habitamos esa jaula de 8:00-5:00 para tener la esperanza de tener vacaciones, ser turistas a donde pertenecemos e irnos con la promesa de volver posteriormente.

Esta semana tumbaron la estatua de Juan Ponce de León, en Puerto Rico. Tumbamos la rabia que venimos gestando desde el verano de 2019, donde nos levantamos como país para sacar la administración, para denunciar, para exigir que se nos trate con dignidad venimos evocando que somos un pueblo de resistencia. Mucho más que eso, ya no vamos a tolerar ningún trato indigno hacia la gente. Ese caminar de lucha nos habita, estando afuera, acá se siente. Ya caminamos con símbolos y números que gritan una historia: 21 significa orgullo, 4,645 duele, arde, da rabia. Cada vez que nos levantamos “volvemos a ser gente”, nos tenemos. El puertorriqueño camina con una cicatriz descubierta que denuncia con alegría, es difícil explicar que esa bomba combativa está llena de dolor, que esa sonrisa despierta suelta la agonía de una historia amenazada. Dentro de toda la resistencia que surge de este colonialismo no resuelto hay una población que está frágil, las mujeres. Somos vulnerables. Sí el hombre sufre las consecuencias, la situación y proceso colonial, el desapego y destierro por las condiciones limitantes, la mujer le toca vivir esto a porción doble. Por un lado, el erotismo asignado que parece ser un maleficio o una carta de agradecimiento por ser caribeña, desarrollar herramientas para trabajar con el acoso, por haber nacido puertorriqueña con el estereotipo colgando y por otro lado nuestra condición de mujer te coloca en vivir la doble jornada, porque las puertorriqueñas siempre echamos pa’lante. Este estereotipo es el que nos mantiene encarceladas a roles asignados y adquiridos por unsistema que juega en contra de nosotras, en todo momento. Ni hablar, de la comunidad LBGTQ, al igual que lo afro caribeño, es un dialogo pertinente.

Es necesario hablar desde sus trincheras, pero por cada dificultad y barrera por el sistema sumemos el doble a estas poblaciones. Ojalá se siga abriendo el diálogo en relación a estas dinámicas sociales y a los imaginarios implementados desde el sistema heteronormativo y absoluto. Ese. Decidir cambiar de hábitat es quebrarse en pedazos para tratar de construir un mundo nuevo, llevar el bohío en la espalda para invitar una comunidad. Es recrear lo conocido desde la nostalgia, lo que casi se parece, a lo que viviste, según como la memoria y los recursos te alcancen. La memoria, escoge mostrarte siempre ese lado romántico para que evoques un ideal, para que habites en ese puente colgado entre dos países que te han dado la malvenida.

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